La forma de comunicarnos ha cambiado mucho y en muy poco tiempo. Estamos volcando toda nuestra vida en Internet y con ella, nuestras emociones.
Pasamos muchas horas frente al ordenador escribiendo a diestro y siniestro, viviendo una vida futurible porque los finales felices solo se dan cuando se experimenta la real.
Vivimos conectados, y algunos, casi exclusivamente, a Internet, comprobamos nuestro correo constantemente, tenemos amigos virtuales, novios virtuales, amantes virtuales... y, cuando vivimos nuestra vida real, la seguimos compartiendo electrónicamente con la humanidad informatizada.
Subimos a las redes sociales nuestras fotos, contamos en qué restaurante estamos comiendo o si estamos haciendo compras, discutimos en Internet la última noticia creando una nueva Roma, la electrónica, en la que el foro es virtual y allí, nos enfadamos y nos alegramos. Televivimos porque formamos parte de la Red, somos la Red.
Subimos a las redes sociales nuestras fotos, contamos en qué restaurante estamos comiendo o si estamos haciendo compras, discutimos en Internet la última noticia creando una nueva Roma, la electrónica, en la que el foro es virtual y allí, nos enfadamos y nos alegramos. Televivimos porque formamos parte de la Red, somos la Red.
Hemos abierto las puertas de nuestra casa virtual y siempre esperamos visita, como una fisura por la que se cuela todo, tanto trabajo como vida personal. Se ha abierto una brecha digital que divide la sociedad en dos: los adeptos a la causa electrónica, sin reserva, y los que la usan por trabajo, algo de ocio y el resto del tiempo la sufren a su alrededor.
¿Estamos atrapados?
¿Estamos atrapados?